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09 Dec
09Dec

Tras la caída de Bashar al Asad, se han abierto las puertas de la cárcel de Sednaya, el complejo de tortura más conocido en la extensa red de centros de detención del régimen sirio

Las celebraciones en Damasco se vieron interrumpidas por un rumor: en las afueras de la ciudad habían encontrado una puerta que daba a un extenso complejo subterráneo de cinco pisos de profundidad donde los últimos prisioneros del régimen de Al Asad jadeaban en busca de aire.

Los coches salieron corriendo hacia la prisión de Sednaya. Conocida como “el matadero humano”, es el complejo de tortura más conocido en la extensa red de centros de detención del régimen sirio. Seguimos a los coches, con el tráfico deteniéndose y los rumores circulando entre las ventanillas bajadas. Son 1.500 los presos atrapados bajo tierra que necesitan ser rescatados, decía el rumor, y es posible que tus seres queridos estén entre ellos.

La gente dejó los coches a un lado de la carretera y empezó a caminar. Una procesión iluminada por la linterna de miles de teléfonos móviles atravesó las puertas del complejo penitenciario. Las mismas puertas por las que se entraba pero no se salía, hasta que a primera hora del domingo los rebeldes tomaron el control de las instalaciones.


En los terrenos del complejo penitenciario, había familias juntándose alrededor de hogueras para mantener el calor sin perder de vista la puerta de la cárcel, por si podían reconocer a las personas que salían. Una multitud avanzó hacia la prisión sin inmutarse por las ráfagas que los militantes rebeldes disparaban al aire para que no entraran.


En el interior de las laberínticas instalaciones, la gente iba de celda en celda buscando pistas que pudieran ayudarles a encontrar familiares y amigos. Empezó una carrera por localizar el ala subterránea oculta, a la que llamaban el “ala roja”, con el temor de que las personas recluidas en ella estuvieran sin comida y sin aire, asfixiándose y muriéndose de hambre. “Faltan tres miembros de mi familia, nos han dicho que hay cuatro niveles subterráneos y que hay gente dentro asfixiándose, pero no sabemos dónde está”, decía Ahmad al-Shnein mientras buscaba en un pasillo de la prisión. “Los que salieron de aquí parecían esqueletos, imagínate el estado de los que siguen bajo tierra”.La prisión parece haber sido construida para infundir en sus residentes la sensación de no estar en ningún lugar. En el centro hay una escalera de caracol interminable, cuando se ve desde la planta baja, rodeada por barrotes metálicos.


Tras ellos, grandes puertas acorazadas idénticas dan paso a las tres alas de la instalación. Según los combatientes rebeldes, cada ala se especializaba en una forma diferente de tortura. No hay ventanas al exterior.

El domingo, la gente se arremolinaba alrededor de la escalera metálica. Entraban y salían por las puertas pero siempre terminaban regresando al centro. Aparentemente, los combatientes rebeldes no estaban mejor informados. Uno de ellos había encontrado un mapa y la multitud se apiñaba a su alrededor mientras estudiaba con detenimiento el documento de cincuenta centímetros, un garabato prácticamente ilegible sobre el papel.

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